sábado. 04.05.2024

Respeto a la voluntad ajena

En mi último artículo hablaba sobre los restaurantes y sus clientes. Terminaba diciendo que si un restaurante pierde clientes por dejar de atenderlos como es debido, debiera reflexionar sobre lo que hace mal en lugar de tirar balones fuera, pero el caso es que el restaurante ha recuperado a algunos de los clientes que se marcharon tiempo atrás.

A veces, las personas cometemos el error de amoldar los hechos a nuestros juicios previos, cuando sería mucho mejor para nuestra salud mental ver los hechos tal cual son y examinar si nuestros juicios eran correctos o estaban equivocados. Si yo decía que un restaurante pierde clientes por cambiarles el plato, pero los clientes terminan volviendo, pudiera ser que estos no hayan quedado lo suficientemente satisfechos con lo que les ofrecía el restaurante nuevo. No es que sea mi opinión, es que es lo que dicen los datos.

Luego queda el recurso de enfadarse ante todo aquello que no coincida con nuestros deseos, pero considero más inteligente reflexionar sobre la posibilidad de que los deseos de otras personas sean tan legítimos y estén tan justificados o más que los nuestros. Por eso entiendo tan poco los cabreos de los perdedores contra los que vencen. Está claro que hay que estar a la altura en ambas situaciones, cuando se gana y cuando se pierde.

Si es porque hemos ganado, porque hay que respetar las legítimas aspiraciones de ciudadanos con los que debemos convivir y que están en su perfecto derecho de pensar diferente, por mucho que sean menos que nosotros; y si es porque hemos perdido, porque otra forma de pensar ha prevalecido sobre la nuestra y no queda otra que aceptarlo como caballeros. Es más, quien observe un buen comportamiento en el derrotado, tanto más lo tendrá en cuenta para una posible victoria futura. Poco se puede esperar de quien predica la democracia pero no es capaz de respetarla cuando no se pliega a sus intereses. Si una persona se muestra intolerante en la derrota, ¿qué puede esperarse de ella con el poder en la mano?

Hace ya bastantes años que logré presenciar uno de los acontecimientos deportivos de los que mejor recuerdo –a pesar del resultado- conservo.  El Real Madrid perdió 0-2 frente al Ajax de Finidi y compañía en el Santiago Bernabéu. Fuimos a ver el partido esperando vencer a ese gran Ajax, pero nos encontramos con un equipo intratable y que hizo un juego que llevábamos tiempo sin ver en un campo. Así que, nada, como corresponde hacer cuando se contempla semejante espectáculo, aplaudimos al equipo holandés y no sólo eso, sino que nos dimos la vuelta (teníamos detrás a su afición) y  los aplaudimos también a ellos. Los seguidores del Real Madrid que estuvimos esa noche en el estadio no nos hicimos del Ajax, continuamos siendo madridistas, pero salimos del campo pensando sobre lo que habría de cambiarse en nuestro club y si algún ejemplo podíamos copiar de los holandeses.

Terminaré diciendo una obviedad: quien gana, gana, y quien pierde, pierde. Solo respetando la victoria del contrario estaremos autorizados para exigir respeto a la nuestra cuando nos toque. Que el sistema parlamentario español se conforma por mayorías es algo indudable, pero que la distancia entre el primero y el segundo es tan grande que sólo hay una opción legítima para encabezar un gobierno, está más claro todavía. Eso por no hablar de la amplia mayoría obtenida por el PP en el Senado.

Así que déjense de cábalas sobre la posibilidad de que pudiera haber o no unas nuevas elecciones. Si es usted tan demócrata que considera que la opinión de sus vecinos merece tanto respeto como la suya, ya sabe quién debe gobernar España, le guste más o le guste menos. ¿Que sus deseos eran otros bien distintos? Bien, pues cambie usted lo que tenga que cambiar para que algún día se cumplan, pero por lo pronto, son otros los deseos que han vencido. Así que no desperdicie la oportunidad que le ofrece su Constitución para demostrar cuán demócrata es usted y respete la voluntad ajena, que es, al menos, tan importante como la suya propia.

Respeto a la voluntad ajena