sábado. 04.05.2024

Réquiem por Perona

Ante la muerte de personas señaladas y queridas, me viene siempre al recuerdo la cálida voz de Serrat recitando la elegía dedicada por Miguel Hernández a su amigo Ramón Sijé. Emocionante y desgarrador poema sólo comparable –para mí-  al ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca. La voz de Serrat conduce los versos con tanta quietud y dulzura, que aun sobrecogidos por la aspereza del asunto, somos llevados quedamente por el camino de la resignación frente a lo inevitable. La vida nos regala hombres como Perona; la vida nos los quita. La elegía de Miguel Hernández nos muestra a la parca en toda su crudeza, pero también nos reconforta, porque nada hay tan humano como la necesidad de compartir la soledad, el dolor o la pérdida.

Perona era un hombre muy querido, como toda su familia. Era una persona afable y tranquila; gran e inagotable conversador. Si por algo merece la pena vivir en un pueblo es –entre otras cosas- por tener la suerte de cruzarte por la acera con personas como él, de saludo cabal y sincero, sin más pretensión que la de hermanarte por un momento con tu vecino y paisano. No son todos los saludos iguales, bien lo sabemos. El suyo era humilde, sencillo y honesto, como él mismo.

A mí siempre me pareció que Anastasio era de esos hombres que saben dar a la vida su tiempo. Como buen artista, sabía observar y templar. Lo del temple es un don que muy pocos tienen y no todos valoran en su justa medida. Para mí, que se iba bebiendo la vida a sorbitos: pequeños, breves, intensos.

Si Labordeta hubiera recalado con su mochila en Socuéllamos, no hubiera tenido mejor acompañante para ilustrarle sobre el pueblo y sus gentes. Hubieran sido tertulias dignas del Café Gijón. Pero Perona hablaba a través de sus cuadros, y ellos hablaban por él. Echaremos de menos su presencia por ese trocito del Paseo Cervantes que quedará para siempre impregnado por su recuerdo, pero su legado es imperecedero. Somos muchos los que conservamos las reseñas y dedicatorias que nos hacía con su maravillosa caligrafía.  En todos los hogares en que se pueda ver su escritura, allí está Perona. Por siempre y para siempre, con nosotros, con su querido pueblo manchego. Menos –aunque no pocos- fueron los afortunados en ser retratados por su mano. Es la historia viva de Socuéllamos. Él fue cronista de nuestras andanzas y, también, de la intrahistoria. La historia grande y la chica, ambas perfiladas con su carboncillo.

La impronta de su amor por el arte también pervive en los suyos. Este réquiem no es nada en comparación con el que su nieto dedicara a su memoria. Ahí está la sangre que late al mismo compás del abuelo. Un compás rítmico, armónico y bello.

 No sé si será mucho pedir, pero si algún día volvemos a cruzarnos en el camino, quisiera que adornara estas letras con el don que iluminó sus manos. Ese don que a muy pocos alcanza y que a él le fue concedido. Si estas palabras escritas desde el recuerdo emocionado, la admiración y el respeto, no acertaran a expresar mis sentimientos, confío en que trazadas por su mano, cobrasen algún significado.

Socuéllamos ha perdido a uno de sus grandes hombres. Es inabarcable e inmenso el hueco que deja. Nuestro pueblo, como hiciera Miguel Hernández con su querido amigo, plañe y lamenta su pérdida:

“No hay extensión más grande que mi herida, 
lloro mi desventura y sus conjuntos 
y siento más tu muerte que mi vida.”

Valeriano Anastasio Perona Giménez. Un hombre, un señor, un caballero.

Hasta siempre.

Réquiem por Perona