sábado. 04.05.2024

Un pueblo al lado de Socuéllamos

No hace mucho tiempo,  cuando salía un socuellamino por las tierras de España,  se las veía y se las deseaba para ubicar a su pueblo en el mapa. Era decir Socuéllamos y ver la mueca y el gesto de extrañeza en el interlocutor de turno: “Socu… ¿qué?”.

En mis tiempos de universitario, y conste que hice la carrera en Madrid, que no está tan lejos, el recochineo al escuchar por primera vez el nombre de nuestro pueblo era una constante. A los socuellaminos, por una cuestión de pura lógica, nuestro nombre nos parece algo de lo más normal, pero para quien no lo había oído en su vida, decirle que eras de Socuéllamos venía a ser algo así como si le decías que eras originario de churrikistrán. Hasta tal punto parece ser extraño el nombre de nuestro pueblo, que algunos lo utilizaban, incluso, a modo de mofa.

Es comúnmente conocido el uso esporádico que los geniales Tip y Coll hacían del nombre de nuestro pueblo en alguna de sus actuaciones. Según cuentan, Luis Sánchez Polack, o sea, Tip, tenía algún tipo de vínculo con nuestra localidad. Si lo sacaban a relucir se supone que lo hacían cuando querían decir que algo era tan raro, surrealista y esperpéntico que podía ocurrir en lugares tan extraños y remotos como podía serlo el imaginario lugar de Socuéllamos. Nombrar a nuestro pueblo era aportar un plus de pintoresquismo a la quijotada, chanza o truculencia de turno.

Yo puede comprobar en mis propias carnes este uso, digamos que de cachondeito, del nombre de nuestra patria chica. Fue también en Madrid, durante mis estudios de postgrado. Uno de mis profesores, no sabiendo que entre sus alumnos había uno que era de Socuéllamos, se echaba unas risas, muy gracioso él, a cuenta de nuestro pueblo:

­-“La libertad de amortización se aplica sobre los bienes de inmovilizado… bla,bla,bla… salvo en Socuéllamos…”.

Y al día siguiente:

-“La exención por reinversión se aplica sobre bla, bla, bla,… incluso en Socuéllamos…”.

Y así hasta un día, claro, que levanté la mano para decirle: “Oiga, señor profesor, que el menda es de Socuéllamos, ¿sabe usted?”. Mi maestro, por cierto, llevaba unos vaqueros blancos planchados con raya. Jamás le oí decir que eso también lo hiciésemos en Socuéllamos.

El caso es que, como venía diciendo, si tú querías explicarle a quien fuera dónde quedaba tu pueblo, tenías que hacer ímprobos esfuerzos que rara vez se veían refrendados con el éxito. Pero lo que más me mortificaba, lo que me hacía tragar saliva y me descoyuntaba los huesos, lo que quizá haya sido el motivo de que se me hayan caído casi todos los pelos de mi cabeza e incluso causa de la aparición de alguna que otra esporádica almorrana, el punto al que nunca quería llegar pero que raramente podía evitar, era recurrir, si ya no me quedaba otra, y siempre como en un susurro y casi pareciéndome que estaba traicionando a mis paisanos, a la explicación por la vía del importante y conocidísimo pueblo vecino, aquél que tiempo ha se emancipó de su creador. Sí, ya rendido y abatido, con la clara imagen de la derrota asomando en mi rostro, no tenía más remedio que volver a repetir la frase que mancillaba mi orgullo de socuellamino de pro. Esta frase humillante y terrible era, cómo no: “…al lado de Tomelloso”.

Pero ya no, señores, por fin acabó la maldición. Ahora los socuellaminos, vayamos por donde vayamos, somos conocidos y reconocidos, admirados y ensalzados. Socuéllamos ya es un punto en el mapa o, mejor que eso, un referente. El fútbol lo ha conseguido. Un grupo de hombres valientes, vestidos con los colores blanco y azul, portan nuestro estandarte. Con ellos, una afición incansable. Y al mando, un hombre que pasará a la historia de nuestro pueblo con letras de oro, flanqueado por una directiva que es un ejemplo de entrega, ilusión, trabajo y esfuerzo: Jordi López. Gracias a él, gracias a ellos, gracias a tantas y tantas personas que han creído siempre en su querida Unión, gracias a la fe y a la constancia, a la perseverancia…

Hoy podemos decir que somos de Socuéllamos sin necesidad de más explicación. Con el mismo orgullo de siempre, pero gastando menos tiempo. El gesto ya no será de extrañeza, sino de reconocimiento. Ahora las coordenadas parten de la Plaza de la Constitución o, si lo prefieren, del Paquito Giménez.  Somos el epicentro, el km. cero. Ahora son otros los que tendrán que decir que son de un pueblo al lado de Socuéllamos. Y mi profesor, cuando planchando la raya de su pantalón vaquero frente al televisor escuche que un ‘eurofighter’ marcó el gol del año, o que la Unión va a luchar por ascender a la Segunda División del fútbol español, recordará, con toda seguridad, que un buen día le dio clase a uno de Socuéllamos.

Un pueblo al lado de Socuéllamos