sábado. 04.05.2024

Chaqueteros, según se mire

Término peyorativo donde los haya: chaquetero. Sin embargo, de ellos pende – y depende- la democracia. En un mundo estático, conformado por equipos inalterables, las elecciones carecerían de sentido. ¿A qué llamar a las urnas si todos y cada uno de nosotros votásemos siempre a los mismos? ¿Tendrían sentido las campañas electorales, los mítines, los debates, la cartelería y todo lo que rodea al ‘apasionante’ mundo de las elecciones de no haber chaqueteros? ¿A quién si no se dirigen los políticos para pedir el voto?

Y sin embargo, los mismos que claman por un voto son los que te ponen a caldo si abandonas su equipo. El chaquetero que se marcha es poco menos que el diablo, el que llega es alguien que, por fin, ha entrado en razón. Ya es uno de los nuestros, forma parte de la secta, qué gran persona es este chaquetero que abraza la fe verdadera, pero por contra, qué malvado y desaprensivo, traicionero y malaje, es ese otro que, seguramente abducido por las malas artes del adversario y embaucado por vanas promesas, abandona el santo e inmaculado dogma de nuestros principios.

Bien es cierto que el término chaquetero no suele ir asociado a quien cambia su voto en función de lo que considere oportuno en cada momento, sino más bien a quien habiéndose involucrado claramente en un ‘bando’ durante un amplio período de tiempo, decide por el motivo que sea pasarse a otro equipo o, directamente, abandonar aquel en el que militaba.

Ahora bien, imaginemos que es usted un enamorado de la carne de buey viejo y lleva largo tiempo comiendo en un restaurante de toda confianza que le prepara los mejores chuletones del mundo y en el que recibe un trato exquisito. Es usted cliente vip, recomienda el restaurante a sus amigos y lo menciona con 5 estrellas en las mejores guías de restauración que encuentra en las redes sociales. Pero un buen día y sin motivo ni razón aparente, al sentarse a la mesa nota que algo ha cambiado. No le recibe el camarero de siempre y, es más, hasta percibe una actitud indiferente y pasota en el nuevo. Le entrega la carta (cosa antes innecesaria, pues el local sabía perfectamente lo “que desea el Señor”) y al echarle un ojo no ve la carne por ningún lado. No hay ni un solo plato que la contenga. Ahora todo es pescado.

Sorprendido y enojado pide, no obstante, uno de los platos. Su indignación crece al comprobar que el pescado se encuentra en mal estado y  que, además, su elaboración es nefasta. Cuando le presentan la cuenta observa alucinado que la factura es el doble de lo que antes venía pagando. ¿Tiene motivos su restaurante de toda la vida para llamarle chaquetero si no vuelve a poner un pie en él y lo cambia por otro en el que le ponen esa carne que tanto le gusta? Más bien yo diría que el chaquetero y quien ha traicionado a sus clientes es el restaurante que, de la noche a la mañana, quita la carne de la carta y se dedica a servir pescado en mal estado, por no hablar de la ingratitud que supone el desprecio a un cliente que siempre le fue fiel hasta las trancas.

Sea como fuere, y tanto si es usted de los que cambian de restaurante cuando les place, o de los que siempre fueron al mismo, sepa que está en su perfecto derecho de comer lo que le apetezca y donde considere oportuno. Si los restaurantes pierden clientes que se lo hagan mirar en lugar de buscar traidores y chaqueteros donde lo único que hay son clientes enojados por el mal trato recibido. Dicen, y es cierto, que captar a un cliente es algo difícil y perderlo mucho más sencillo. Hay quien dice también que en algunos restaurantes ni carne ni pescado, solo hambre y moscas. Estoy de acuerdo, no seré yo quien vaya a poner un pie en un local que desprenda olor a rancio y en cuyo interior se vean las mesas descuidadas y en desorden.

Este domingo, como ya ocurriera hace unos meses, muchas personas que se encontraban muy cómodas en su viejo restaurante, van a probar –y no por gusto- qué comida les sirven en otro. ¿Se les puede llamar chaqueteros? Bueno, por poder se puede, pero en tal caso ¿cómo habríamos de llamar al ingrato dueño del restaurante?

Chaqueteros, según se mire