viernes. 03.05.2024

¡Agua va!

Las redes sociales no son una anécdota, ya son parte de nuestras vidas. Todo lo que se diga en ellas tiene una repercusión que, para bien o para mal, deriva en consecuencias reales, no virtuales. Aunque el medio elegido sea etéreo, las cosas que decimos en ellas están escritas con palabras físicas y palpables, que ensalzan o denigran, loan o vapulean, describen o tergiversan.

Las redes son la nueva plaza pública en que podemos quemar herejes, la barra del bar en que podemos solucionar todos los problemas –excepto los nuestros- con el mero uso de la verborrea; es el circo romano en que podemos girar el pulgar para salvar o condenar al reo. Nuestro poder es inmenso, jamás tuvimos tanta capacidad o influencia para inclinar el curso y la deriva de los hechos, las vidas, las haciendas y las cosas.

Somos como ese oficial de las SS interpretado por Ralph Phiennes en La Lista de Schindler, que se plantaba ante el espejo para verse a sí mismo ejerciendo de Dios Pantocrátor y justiciero: “Yo, te perdono”. Impartimos justicia a diestro y siniestro. Ejercemos de legos pero salomónicos intérpretes de la balanza antes alzada por las diosas Temis y Dice y, ahora, inclinada por nosotros hacia el lado que más nos convenga.

Tenemos en nuestras manos un arma que dispara fuego real y, por eso, sería bueno que tuviéramos consciencia de que si decidimos apretar el gatillo no lo hacemos con una escopeta de feria, ni con balas de fogueo, sino con proyectiles que desgarran la carne del prójimo y le causan dolor verdadero. Esto no es un juego de rol en el que simulemos papeles ficticios para volver a la realidad una vez apagado nuestro ordenador o nuestro móvil. Lo que hemos dejado aparcado en nuestros dispositivos es tan cierto como el aire que respiramos.

Estoy hablando en primera persona, nada más lejos de mi intención que ejercer de justiciero cuando es precisamente esto lo que condeno. Si en algo se hace urgente la reflexión, que vaya por delante la mía, en la medida en que también, yo, soy parte del problema.

Las redes exceden en mucho el ámbito de lo local, pero es en él donde quiero detenerme, por ser el que nos afecta en primerísima y muy directa instancia. Nos hemos vuelto tan modernos que hemos creado un nuevo método para dar cauce a nuestras quejas y reclamaciones; legítimas unas, absurdas e innecesarias otras. Pero más allá de lo fundadas y justificadas que estas sean, debiéramos pensar, antes de actuar a la ligera, que existen métodos reglados que nos amparan y que protegen nuestros derechos, y es ahí donde debiéramos acudir a solicitar la reparación de nuestro daño, si es que realmente existe.

De lo contrario y, a fuerza de vaciar nuestros orinales por la ventana de la calle, pudiera ser que el hedor se vuelva tan insoportable que se nos haga difícil respirar a causa de nuestros propios detritos. Por no hablar de que también nosotros somos transeúntes a los que, en algún momento, nos puede caer un fétido chaparrón de bilis.

En otros tiempos, en las ciudades, quienes arrojaban sus heces por la ventana avisaban al grito de ¡agua va! Esto también lo hacían nuestros vecinos de Almagro en su Corral de Comedias, así que apañado iba el que tenía asiento en el gallinero. Y hablando de corrales y gallinas, en los pueblos como el nuestro teníamos la gran suerte de poder evacuar en el corral, al lado de las gallinas y provistos de un sarmiento a modo de burladero.

Era todo muy íntimo y hogareño y los huevos producto de tan rico alimento eran de gran sabor y exquisitez. En Socuéllamos, para 1955, habían censadas unas 30.000 gallinas que ponían en torno a las 165.000 docenas (1). Aunque habría que deslindar los hogares de las granjas para sacar una cuenta fiable, no debiera ser  muy difícil calcular las boñigas que tocaban por cabeza. Pero, ¿se imaginan que en vez de servir de basura para tan necesario sustento y, al igual que en las ciudades, el último aliento de nuestras tripas hubiera ido a parar a las calles? Pues bien, precisamente eso es lo que estamos haciendo muchas veces en las redes sociales. Cogemos el orinal y pegamos el grito: ¡Agua va! Y como somos tan cristianos, pues eso: “A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga”.

(1) Bello Honrado, Francisco: Análisis de Socuéllamos. Ciudad Real,  “Letras” de “CUADERNOS DE ESTUDIOS MANCHEGOS”, XI, 1961.

¡Agua va!