viernes. 03.05.2024

Acto de contrición

Iker Casillas es el ejemplo más reciente y sangrante de lo que vamos a presenciar esta semana. Más allá de que seamos merengues, culés, colchoneros, béticos o palanganas, todos los que llevamos sangre española debemos gratitud eterna a este hombre que un buen día de julio de 2010 sacó una pierna milagrosa para alcanzar la utopía: San Iker, fue el alias que le asignamos. Un apodo que hacía justicia a lo que en verdad hizo, porque hay que ser alguien muy especial para detener ese endiablado balón que todos veíamos ya en nuestra portería. Pero se obró el milagro y, con él, comenzaba a escribirse el prólogo del futuro vía crucis que esperaba a la vuelta de la esquina.

Al igual que con la mano incorrupta de Santa Teresa, llegará el momento en que los españolitos peregrinemos en busca de un selfie con la pierna incorrupta de San Iker Casillas; pero hasta que ese día llegue, el santo debe llevarse su martirio correspondiente, como mandan los cánones de todos los santos y beatos que en el mundo han sido.

No se puede llegar a santo sin experiencia, y si uno se quiere postular para un puesto de santo con credenciales, ya puede ir completando su perfil de Linkedin con aptitudes tales como la capacidad para soportar el martirio, los insultos, las vejaciones, lapidaciones, crucifixiones y tantas otras que, por ser infinita la capacidad humana para innovar en el terreno de la tortura física y psicológica, soy incapaz de reproducir en su totalidad.

El que fuera  gloria y ejemplo para las generaciones presentes y venideras, es hoy para muchos (sic) la vergüenza patria. Y es que es lo que tienen los hombres que alzan el vuelo para situarse un pasito por encima del común de los mortales. Cómo perdonar la excelencia si eres un patoso, cómo soportar la bondad si eres malvado, cómo comprender el altruismo si eres un miserable, cómo entender a los desinteresados si somos mezquinos.

Por fortuna, la mayoría de nosotros tenemos un poco de todo: somos a ratos buenos y a ratos malos, a veces generosos y otras tantas egoístas, discretos muchas veces y deslenguados en ocasiones. Cuando vemos una película, la mayoría nos identificamos con los buenos y rechazamos a los malos, pero en el fondo sabemos que nosotros también hemos sido a veces esos malos a los que tanto despreciamos.

Por eso es tan valiosa nuestra Semana Santa. En sus orígenes, sirvió para contar el Nuevo Testamento al vulgo que, por ser analfabeto, no tenía otra forma de acercarse a las Sagradas Escrituras; pero en el tiempo presente, por más que tengamos acceso a la información  -o incluso y, paradójicamente, a causa de ello, del exceso y saturación de la misma- permanecemos absortos en la materialidad, que nos aleja de la necesaria introspección espiritual.

Por eso es tan importante que durante una semana veamos delante de nuestras narices lo que hicimos y hacemos con ese hombre que dijo ser Dios y al que recibimos entre palmas y alabanzas, al que besamos en la cara para entregarlo por unas monedas, al que negamos por tres veces, al que decidimos condenar a cambio de salvar a Barrabás y al que, finalmente, ultrajamos, torturamos y crucificamos.

Creo firmemente en el acto de contrición como una de las cosas más saludables que puede hacer un hombre para reconocer sus miserias, con sinceridad y propósito de enmienda, y ofrecerse a sí mismo la posibilidad de reconstruir los desconchones de la conciencia y el espíritu. La figura de Jesucristo es un rayo de esperanza para nuestra imperfecta y pecadora condición humana y, más allá de que seamos o no creyentes –discúlpenme la herejía-, ese acto de contrición en comunidad que es la Semana Santa me parece un ejercicio de reflexión como puedan haber pocos.

Jesucristo solo hubo uno –si es que lo hubo-, pero Iker Casillas ha habido, existen y existirán muchos. Para vergüenza del género humano, pero también como ejemplo de lo que no debemos hacer.

Acto de contrición