domingo. 19.05.2024

Cronista del Nuevo Rocinante

¿Quién le iba a decir al abulense Ignacio Benito (E. Igna. Ben) que su fantástica elucubración sería una realidad?

¿Quién le iba a decir al abulense Ignacio Benito (E. Igna. Ben) que su fantástica elucubración sería una realidad 50 años después?

Aquel 1964, ‘mágico’ para E. Igna. Ben y sus diez amigos, significó el inicio de una aventura difícil de hacer realidad. La histórica mesa de mármol y forjado de hierro del bar ‘La Cierva’, de la calle Atocha de Madrid (sujeta con cadena y candado), sería el escenario de una decisión importante para Socuéllamos. Sin saber cómo, ni por qué. Seguramente, por el instinto quijotesco de aquel entrañable buen hombre que más de una vez imaginaría, en plena Mancha, ese lugar fascinante desde donde pudiera contemplarse el mayor y más seductor “mar verdoso y pampanoso del mundo”, como le gustaba definirlo.

El grupo de soñadores fundadores de la Torre del Vino eligió Socuéllamos sin buscar otras alternativas. En sus muchos viajes a esta bendita tierra nuestra, encontraron en la Cuesta Blanca el punto de encuentro de sus fantasías iniciales con una torre de 111 metros, casi próxima a acariciar este cielo limpio de La Mancha, que permitiera ser mucho más que una mera, llamativa y provocadora construcción, que albergaría restaurante de cara a promocionar nuestros buenos vinos y gastronomía, museo, salón de actos para celebrar encuentros, ferias anuales y convenciones del sector, helipuerto, etc. Parcela que compraron.

Esos once amigos decidieron bautizar su proyecto como ‘Torre del Vino…y del zumo de uva’. Recabaron ayuda. Don Aníbal Arenas, entonces presidente del Sindicato Nacional de la Vid, Procurador en Cortes y alcalde de Socuéllamos, les tendió la mano. Y, poco a poco, fue tomando cuerpo aquella ‘locura’ en la que los once fundadores siempre creyeron. Otros, no tanto.

Un buen día decidieron ir implicando al mayor número de personas posibles a través de aquel carné de cuota única, de 111 pesetas. Hicieron socios a embajadores, políticos de la época, representantes de la cultura, artistas, empresarios. Incluso adquirieron un entrañable coche de época al que denominaron ‘Nuevo Rocinante’, para aquellos que quisieran visitar el ‘lugar donde la musa había previsto la construcción de la torre’.

Me honraron con el nombramiento de ‘Cronista del Nuevo Rocinante’, vehiculo que ofrecieron por dos mil reales, en moneda de la época, al señor Arenas Díaz Hellín. La ‘transacción’ se llevó a cabo en el comedor del hotel Castilla, con don Julio Montalbán y otras personas que allí estuvimos como testigos.

Don José López Osa, hombre muy inquieto, en su presentación en política tuvo la intención de impulsar la construcción de la Torre del Vino. Los resultados electorales no se lo permitieron. La verdad es que nadie más, que recuerde, se decidió a impulsar aquella iniciativa.

E. Igna Ben era tan bullicioso y creía tanto en esa idea, que implicó a mucha gente, incluyendo a un gran cronista brasileño que en l970 publicó un libro de sus trabajos, incluyendo casi tres páginas, en portugués, dedicadas a la Torre del Vino. Gracias a Ignacio Benito, el autor me lo hizo llegar, cariñosamente dedicado.

Después, don Sebastián García entendió que era un proyecto interesante para Socuéllamos y lo llevó a cabo. Prueba de ello es la gran actividad que tiene, pese a las críticas iniciales por su valor y estética.

Sobre la Torre del Vino se habló mucho en La Voz de la Mancha, con entrevistas y programas especiales con los fundadores. También se ha escrito  muchísimo, desde los años 60, en la prensa provincial y en la revista local ‘La Pámpana de Baco’. Don Adolfo Fernández lo hizo en 'Lanza', con una visión empresarial. Hace unos meses, Andrés Piqueras, escribió un gran artículo en ‘Socuéllamos 30 Días’. Incluso Porfirio San Andrés ya se refería a esta torre en uno de sus magníficos libros.

Tengamos en cuenta que la Torre del Vino es mucho más que un edificio singular.     

Cronista del Nuevo Rocinante