domingo. 05.05.2024

Un año de la Torre del Vino

Si además de las responsabilidades políticas, quienes cometen estos atropellos tuvieran que responder con su patrimonio personal, otros iluminados se tentarían la ropa antes de hacer nuevos y auténticos monumentos al disparate.

Durante todo estos años de bonanza económica, políticos de todos colores e ideologías han sembrado el suelo de España de auténticos monumentos al disparate: Terra Mítica, aeropuerto de Castellón, Centro de Estudio de la Naturaleza en un secarral de Soria, el Palacio de la Justicia en Madrid, aeropuerto de Ciudad-Real y un largo etcétera. Y en nuestro querido pueblo, para no ser menos, nuestra famosa Torre del Vino.

Hagamos un poco de historia. En la década de los 60, un grupo de bohemios afincados en Madrid, cual Quijotes cabalgando por La Mancha, calculan que el centro geográfico de nuestra querida tierra manchega está en Socuéllamos. Aquí, millones de vides verdes en primavera, son una invitación a su contemplación, y deciden que es necesario hacer un mirador para gozar de tanta belleza. Elaboran una maqueta y un borrador de proyecto y sale un edificio cónico asemejando a los chimeneones de los pocos que aún quedan en Socuéllamos.

Esta torre tendría 111 metros de altura coronada por un helipuerto, costaría 111 millones de pesetas y necesitaría un millón de socios que pagarían 111 pesetas cada uno. En mi casa aún guardamos un carnet de amigo de la Torre del Vino que hizo la Cooperativa Cristo de la Vega a sus socios. Incluso nombraron socio de honor al Papa Pablo VI.

Estos ‘iluminados’ una vez al año visitaban Socuéllamos. Recuerdo verlos en el Ayuntamiento, ya en la etapa democrática, siendo yo concejal, con un ramo de romero y cantando una coplilla: “Somos romeros, somos romeros, somos amigos la torre del vino”, y nos daban una ramita de ese romero.

Ninguna corporación asumió nunca ese proyecto faraónico hasta que Sebastián García, alcalde de Socuéllamos, decide hacerlo suyo. Copia la idea pero cambia el primitivo proyecto, y la chimenea cónica de piedra y ladrillo se convierte en una chimenea rectangular de aluminio (en pleno verano es imposible mirarla por los reflejos del sol a no ser que quieras quedarte ciego), que es una patada al buen gusto y a la arquitectura manchega. Pero el coste de este nuevo proyecto hecho realidad se dispara a cerca de tres millones de euros, en torno a 500 millones de las antiguas pesetas, y quedando en menos de un tercio de altura del proyecto original.

Pero ¡oh!, cosas de la vida, en este proyecto faraónico, a nadie se lo ocurre pensar que cualquier  edificio de uso público debe tener salidas de emergencia. Un incendio en las plantas bajas haría de la torre una auténtica chimenea, quedando atrapados en el mirador, ascensor o escaleras, las personas que allí estuvieran, a no ser que decidieran lanzarse en paracaídas. ¿Qué afamado e inteligente técnico elaboro el proyecto? ¿Qué técnicos municipales hicieron el seguimiento de la obra? Pero, sobre todo, ¿qué responsabilidad tienen los políticos que la ejecutaron? A no ser que deliberadamente se quisiera abaratar y acelerar su terminación.

La idea está clara: el coste se disparó, la duración de la obra también y había que terminar e inaugurar dicha torre antes de las elecciones, ya que sabían que el PP no volvería a gobernar otra vez ni en Castilla-La Mancha ni en Socuéllamos. Se hizo esta inauguración con un derroche de medios y dinero increíble, el pueblo tomado por las fuerzas de orden público para que nadie molestara a la sra. Cospedal. Sabiendo el gobierno municipal que la obra ni estaba legalizada ni se podía legalizar, calla, miente al pueblo y el propio alcalde y su gobierno del PP cierra la torre (que no el PSOE) al paso de ciudadanos, por el peligro que se corría y la responsabilidad incluso penal que podían incurrir si eso seguía abierto. Eso sí, ya se había adjudicado su gestión a una empresa, por supuesto foránea.

Si además de las responsabilidades políticas, quienes cometen estos atropellos tuvieran que responder con su patrimonio personal, otros iluminados se tentarían la ropa antes de hacer nuevos y auténticos monumentos al disparate.

Un año de la Torre del Vino