sábado. 18.05.2024

El 10 de diciembre de 1763 en la Sala del Real Consejo de Madrid se celebró el primer sorteo de Lotería de la historia de España.  Fue el marqués de Esquilache, ministro de Hacienda de Carlos III, quien tuvo la idea de instaurar una lotería en España al estilo de las que funcionaban en Italia y que se habían destapado como un importante sustento para las arcas públicas. El marqués, que poco después sería objeto de un conocido motín, no era muy querido en España y aunque participó muy activamente en la modernización impulsada por Carlos III puede decirse sin temor a equivocarse que la Lotería fue su legado más apreciado por los españoles.

El origen de aquella lotería italiana se remontaba a la ciudad de Génova. La república genovesa sorteaba, a mediados del siglo XVI los cinco principales puestos del senado entre los 90 senadores electos. Para ello tomaba 90 bolas de madera y marcaba cinco, nombrando en orden a cada uno de los senadores y extrayendo una bola por nombre hasta llegar a las cinco marcadas. Los genoveses cruzaban apuestas sobre sus favoritos, convirtiendo un evento político en una especie de quiniela deportiva. Esta proporción noventa a cinco parece ser el germen de las primeras loterías de números que sustituyeron a aquel divertimento político y se extendieron por el resto de ciudades italianas dándose a conocer como el ‘lotto di Genova’.

Cuando Carlos III accedió al ofrecimiento de su ministro, el marqués trajo de Nápoles a José Peya, director del juego de la Loto, ofreciéndole un sueldo que doblaba el que tenía y comprometiéndole a una estancia mínima de dos años, suficiente para poner en marcha el juego y comprobar su rentabilidad. Peya estableció en España una lotería de números al estilo genovés con multiplicidad de apuestas. El sistema consistía en la extracción de cinco números del uno al noventa en un orden determinado. Los apostantes podían jugar a un número o a una combinación determinada, habiendo premios concertados de antemano para cada número de aciertos.

El Estado tenía las de ganar pero podía darse el caso de que varios o muchos jugadores superasen en premios la recaudación, en cuyo caso el rey garantizaba la validez del sorteo y la solvencia de la banca mediante hipoteca de la Real Tesorería. 

La apuesta simple o extracto se pagaba con un maravedí y el premio lo multiplicaba por diez. La apuesta doble (a dos números) se llamaba ambo y se pagaba a medio real (17 maravedíes) siendo el premio de cien reales. El terno, tres números, se pagaba a tres maravedíes y tenía como premio 250 reales. El cuaterno y el quinterno se eliminaron con el tiempo por resultar demasiado impopulares. Lo que sí se permitía era apostar a un número y a su posición, en cuyo caso en vez de multiplicar por diez se multiplicaba por cincuenta. A esta clase de apuesta se le llamaba extracto determinado y tenía el inconveniente de que si se acertaba el número pero se erraba en su posición, el boleto quedaba invalidado. Lo cierto es que las posibilidades de apostar eran ingentes y esto dificultaba el entendimiento de la mecánica del juego, tanto para los posteros – nombre de los primeros administradores – como para el común de los apostantes, por lo que Peya confeccionó un manual al que todos recurrían con frecuencia.

Un mismo boleto, llamado cédula, permitía apostar a ocho números, aunque cada apuesta se pagaba individualmente. Si uno completaba las ocho apuestas podía acertar hasta tres números – nadie apostaba por más – pero si no especificaba que apostaba al terno, sólo recibía el premio individual por cada uno de ellos. La combinatoria era abundante, aunque mucho menor que la de la actual Primitiva. El extracto dejaba una posibilidad entre 90 noventa de ganar, el ambo una entre 4.005 y el terno una entre 117.480.

El primer sorteo

Aquel primer sorteo abierto al público tuvo como combinación ganadora el 18, 34, 80, 51 y 81. Por entonces no existían los bombos y los números se introducían en bolas de marfil. La recaudación de aquel primer sorteo ascendió a 187.516 reales y 11 maravedíes, repartiéndose premios por 29.475 reales. Si quitamos unos 24.000 reales de gastos de administración, el beneficio neto superó los 133.000 reales.

Las anécdotas y polémicas no tardaron en surgir. En el primer sorteo una viuda que jugaba al 80 recibió en su papeleta el número 70 por error y aunque aceptó finalmente el cambio acudió a cobrar su boleto cuando constató que había salido su número, el 80. La organización supo ser condescendiente con aquella mujer otorgándole un premio de consolación, trato mucho mejor que el que recibió don Isidoro Barsebal, falsificador del primer billete de lotería en el segundo sorteo celebrado, un 28 enero de 1764. 

Aunque se había importado el nombre de Beneficiata al estilo napolitano y se había recalcado el destino de los beneficios a ‘Hospitales y otras Obras Pías’, pronto se constató que la beneficencia tenía un carácter residual y el verdadero objetivo del sorteo fue el de conseguir una especie de impuesto amable que se pagase con gusto y llenase las arcas públicas. “Admirable institución, la lotería- diría Jacinto Benavente- ¿no es acaso la única felicidad positiva que debemos a nuestros gobiernos?”.

La introducción de la lotería cambió radicalmente el panorama del juego en España ya que por primera vez desde su prohibición en 1387, una clase de apuesta se legalizaba y regulaba. La razón de este cambio de parecer fue que el Estado pasaba de árbitro a explotador del negocio. El estado se cuidó de que la lotería nacional tuviese el monopolio del juego y en 1774 prohibió la venta de boletos de otras loterías, nacionales o extranjeras, una medida que perjudicó a la lotería holandesa, por aquel entonces la más popular por los importantes premios que otorgaba.

La Lotería, el invento más popular de Carlos III