viernes. 29.03.2024

La derrota

La derrota es dolorosa. Es como un puñetazo que te noquea y no te deja levantar. No te tira físicamente, pero te hunde moralmente. Lo peor es tener la sensación de no pelear en igualdad de condiciones con tu rival. Una misión imposible en medio de una emboscada donde sólo te queda morir de pie. Sabes que vas a caer pero vas al matadero orgulloso, con el pecho inflado. En fútbol, como en la vida, te caes y te levantas. Porque siempre hay un motivo para coger fuerzas.

Siempre nos preguntaremos qué habría sido de la eliminatoria en igualdad numérica. Un pensamiento que nos atormentará de por vida. No juzgaré el trabajo arbitral porque no me parece ético. Ellos ya son juzgados por un profesional que evalúa su trabajo y que repercute en su futuro. Simplemente escribiré en estas líneas un cambio de actitud tras el descanso que te deja sin explicación.

El trabajo del equipo ha sido magnífico durante el partido, pero especialmente valorable es su dolor tras el pitido final. Han demostrado, ya lo habían hecho infinidad de veces, una lealtad al escudo que portaban digno de unos héroes. Yo me quedo con eso.

Me cuesta escribir más en plena madrugada. Me asomo por la ventana y se puede escuchar el silencio. El pueblo duerme, herido en su orgullo, delante de mí. Apenas se iluminan varias casas de forma alternativa a lo largo de la calle. Miro en la oscuridad de la noche y repaso cada jugada clave del partido. Con los ojos cerrados y el viento, algo frío, en la cara. Me cuesta no realizar el movimiento con la cabeza de ese remate tras la ocasión de Jesús García que el portero del Sevilla Atlético deja sobrevolando el área pequeña. Me cuesta, incluso, no hacerme a un lado para taponar completamente el tiro de falta que fatalmente se coló en la portería de Lupardo. Me cuesta horrores no barrer a Carlos Fernández cuando encaró en ese mano a mano. Me cuesta. Y duele no llegar a tiempo. ¿Qué hay peor que no llegar a tiempo?

Hace tiempo que me prometí no sufrir por deporte, yo me he cogido rabietas que no debería. Y no quiero volver a sentirme tan mal. Al final, esto es sólo deporte. Sólo fútbol. Pero eso explícamelo mañana, que hoy no lo voy a digerir bien.

Encima me toca pasar la noche solo. Sin nadie con quien compartir los pensamientos de rabia que se me acumulan. Los inquilinos de esta casa no tardarán en volver, pero ése será otro día. Esta noche solo existirá una vez y me la tendré que aguantar con mis remordimientos. Probablemente no podré pegar ojo. Pero estoy convencido, o eso quiero pensar, de que no seré el único. Quizá las casas que veo a lo lejos, con luces encendidas, estén igual que yo: sin digerir la derrota. Quizá también rematan de forma ficticia ese balón rechazado al mismo tiempo que yo, quizá también estén a mi lado para taponar el balón de la barrera y evitar el 0-1. O quizá, no.

La temporada ha sido un sueño del que hemos despertado de forma abrupta, como cuando tu madre te abría de golpe la persiana y te levantaba para ir al colegio un lunes. Estar aquí, no solo para nosotros, es muy difícil. No sabemos si alguna vez volveremos a tener ésta oportunidad. Quizá sea algo que no volvamos a ver. Quizá sólo haya sido una vez en la vida, pero nadie nos podrá reprochar que no lo hemos intentado. ¿Y qué vamos a hacer? En algún momento se terminará esta venenosa madrugada y amanecerá un nuevo día. Y seremos todavía más de la UD Socuéllamos que ayer.

Me voy a tomar la licencia de acabar el artículo de hoy con una cita célebre. No acostumbro a cambiar mi forma de hacer las cosas y la frase sólo la utilizo para terminar las previas de cada jornada. La frase que utilizaré para poner la firma hoy, es la de un famoso dramaturgo irlandés, Samuel Beckett.

"Siempre lo intentaste. Siempre fallaste. No importa. Inténtalo otra vez. Falla de nuevo. Falla mejor"

La derrota