viernes. 19.04.2024

El culto a los árboles, como símbolo de fertilidad y de fuerza ha sido una constante entre los pueblos prerrománicos que sobrevivió incluso a la romanización – en las calendas de enero las casas se decoraban con ramas de hoja perenne – y que se ha mostrado especialmente vigoroso entre los pueblos germánicos y escandinavos. Una leyenda muy popular en Alemania dice que el árbol de Navidad fue introducido por el misionero inglés San Bonifacio, que recorría la Europa Central con la misión de combatir la idolatría. Tras una ardua campaña, regresó a Roma a dar cuenta al Papa de su trabajo y al regresar a Alemania, en las navidades del 723, descubrió a los lugareños en medio de un ritual de adoración propio del solsticio de invierno. Lleno de ira al ver que su evangelización no había calado, tomó un hacha y cortó el árbol.

La historia dice que en su lugar plantó un abeto y que lo decoró con velas y manzanas. La leyenda asegura que el roble cayó con estrépito al primer tajo del misionero derribado por una ráfaga de viento y que se desplomó sobre un pequeño abeto que resistió su peso intacto. Fuera como fuere, San Bonifacio identificó aquel abeto con el amor perenne de Dios, las manzanas con la tentación y las velas con la luz de Cristo, convirtiendo la tradición pagana en una tradición cristiana plena de significado.

En la cultura cristiana, el árbol también está cargado de simbología. Representa el árbol de la vida del jardín del Edén y los adornos son las gracias y dones de los hombres en el Paraíso, que deben recuperar. Esta simbología se puso de manifiesto en algunos autos religiosos escenificados durante la Edad Media. El abeto, al permanecer verde, representa además la inmortalidad y su cima apuntando hacia arriba señala al cielo, la morada de Dios. Con el tiempo es lógico pensar que aquellas manzanas se convirtiesen en las populares bolas de Navidad y las velas en las luces de adorno. 

Juan Pablo II, en diciembre de 2004, decía que el mensaje del árbol de Navidad era que “la vida es siempre verde si se hace don, no tanto de cosas materiales sino de sí mismo: en la amistad y en el afecto sincero, en la ayuda fraterna y en el perdón”. También el Papa Benedicto XVI se refirió al árbol como “un motivo de alegría”.  “Su forma en punta, su color verde y las luces de sus ramas son símbolos de vida – dijo –. Además, nos remiten al misterio de la Nochebuena. Cristo, el Hijo de Dios, trae al mundo oscuro, frío y no redimido, al que viene a nacer, una nueva esperanza y un nuevo esplendor”.

La expansión del árbol de Navidad

Durante la guerra de los Treinta Años – en la primera mitad del siglo XVII – Alemania empezó a adoptar la tradición sueca del árbol de Navidad, expandiéndola por Austria y Polonia ya en el siglo XIX, casi al mismo tiempo en el que llegó a Francia e Inglaterra. A finales del siglo XIX la costumbre llegó a los Estados Unidos y en el primer cuarto del siglo XX llegaría por fin a España a través de Cataluña. Sin embargo en España el árbol nunca logró el mismo arraigo que otros símbolos y tradiciones navideñas como el Belén y en la primera mitad del siglo XX no eran pocos los que veían en el uso del ‘árbol de Noel’ cierto ‘borreguismo’ y falta de personalidad alimentado por la influencia del cine americano, que lo incluía en cualquier estampa navideña.

El árbol de Navidad, tradición pagana llena de simbología católica