viernes. 19.04.2024

'Dime con quién andas y te diré quién eres...': Las etiquetas

Habitualmente las personas recibimos etiquetas constantes sobre nuestro comportamiento, actitudes y pensamientos. Es evidente que para hacer un mundo más controlado, más cómodo y que encaje dentro de nuestra zona de comodidad, los individuos hacemos generalizaciones. ¿Por qué? Nos gusta lo predecible, prever lo que va a suceder. Para ello usamos todo tipo de distorsiones cognitivas también llamados P.A.N. (Pensamientos Automáticos Negativos) que usamos y aprendemos casi inconscientemente.

Es importante detectarlos para rebatirlos y empezar a desaprenderlos. He aquí algunos ejemplos:

Profecía autocumplida o autocumplidora. Por ejemplo: a) Pensamiento anticipatorio: “Si canta mi niño en el coro, va a tartamudear”, con lo cual no lo llevo a coro, evito la situación y en el caso de que asista, seguramente ese estado fisiológico de ansiedad anticipatoria provocado por esta distorsión cognitiva va a crear el tartamudeo.

Abstracción selectiva, es decir, cuando nos quedamos sólo con lo negativo que hace. “Estamos en la playa, se porta el menor bien todo el rato, pero al final empieza a llorar porque no encuentra su pala y decimos: este niño es un impertinente”.

Sobregeneralización: extraer generalizaciones o conclusiones sobre la valía de uno sólo a partir de un único incidente negativo. Por ejemplo: “Esta niña es una rebelde, ha llegado tarde. Nunca nos hace caso, es una desobediente”.

• Magnificación o minimización. A veces hacemos percepciones exageradas de las situaciones. Incluso puede ser negativo cuando ponemos etiquetas ‘positivas a priori’, ya que pueden crear unas expectativas de autoeficacia muy grandes en el menor y crear ansiedad. “Está niña es de diez, nunca saca menos nota, es muy lista y tiene el listón muy alto”.

Clasificación y etiquetado: atribuir cualquier fracaso a que “soy un fracasado”, en lugar de atribuirlo a que “he cometido un error” o “que esta vez las circunstancias no han acompañado...”.

Descalificaciones automáticas de lo positivo. Cuando hacemos hincapié en lo que hacen mal nuestros menores, sin dar importancia a lo positivo y, por lo tanto, sin reforzar esas conductas apropiadas. Lo más probable es que al no reforzarlas, el niño deje de realizarlas, incluso siendo positivas.

El problema vendría cuando dichas etiquetas generalizadas las atribuimos a menores pues ¿quién no se acuerda cuando su padre le decía “este niño es muy nervioso, esta niña es muy tímida, nada que ver con su hermano mayor, este niño es muy sensible…?”. Este etiquetaje sirve al menor para crear su patrón conductual y adquirir hábitos de conducta. A veces hacen un efecto positivo, pero en la mayoría de los casos, la creación de etiquetas inmóviles (con el verbo ser, en vez de estar, sentir, que son más plásticos y dinámicos) crean en el menor anclajes de conducta que difícilmente podremos romper.

Dicen que el hábito hace al monje y lleva parte de razón el refrán, ya que los psicólogos estudiamos cómo el heurístico de ‘la profecía autocumplida’ en numerosos casos se cumple. El peligro del etiquetaje es que, dentro de la psicología social estudiamos cómo hay un peligro de estigmatización de la persona portadora de la etiqueta, creando un efecto peyorativo que la marca negativamente.

Además, las etiquetas perpetúan el problema, ponen el foco en lo que va mal, en la situación problemática, sin darle opción al niño de rectificar, pues “soy así, y es lo que esperan de mí”. Se olvidan así otros puntos fuertes del niño o el hincapié en conductas contrarias a la conducta problema. Además, cuando empleamos este tipo de etiquetaje, estamos creando unas expectativas, lo condicionamos a comportarse como esperan que me comporte. A veces, la intención paradójica, proponer conductas incompatibles con lo que se espera del menor, da consecuencias espectaculares, formidables”. ¿Ccómo se tomaría un menor etiquetado como ‘patoso’ que le diga que me ayude con mi colección de cristal de Bohemia?

'Dime con quién andas y te diré quién eres...': Las etiquetas